Cuento: Lula y Hada Reflejo-3



Lula y Hada Reflejo-3
Un cuento de Carmen Rosa






Y así fue, tras un rato de espera, una bola de luz apareció por el arroyo y se acercó a ellas.
-¿A qué vienen esas voces? -dijo la maga.
Lula y Hada le explicaron lo ocurrido con los duendes y le preguntaron si ella podría ayudarles.
-Sí -contestó. -Decidle a los duendes que deben buscar en un lugar muy cercano, que está escondido y es luminoso. Allí encontrarán la respuesta a su pregunta.
-¿Sabrán dónde se encuentran sus hijos si buscan en ese lugar? -preguntó Lula.
-Sí. Así es -dijo la maga.
-Y ¿dónde se encuentra ese lugar?
-Eso deben averiguarlo ellos.
Y dicho esto, la Maga de Bosque se retiró iluminando el sendero.
Lula se quedó pensativa.
-Un lugar cercano, escondido y luminoso... ¿Dónde estará ese lugar?
Esa noche, la niña y el hada, transmitieron a los duendes el mensaje de la Maga.
-No sé dónde puede estar ese lugar -dijo uno de ellos, tras escucharlas.
-Tal vez junto a la chimenea, pues está cerca y tiene luz cuando arde la leña -dijo otro.
-Pero no está escondida.
-Tal vez..., ¡en una bombilla de luz! -dijo uno más joven.
-No lo creo -contestaron varios.
-¡Ya lo tengo! -dijo la duende más anciana, -creo que se refiere al Sol.
-¡El Sol está muy lejos!
-¡Y no está escondido! -dijeron algunos.
-Hay un Sol dentro de cada uno de nosotros. Hay un Sol dentro de nuestro corazón.
-¿Te refieres al corazón?
-¡Claro! ¡Hay que mirar en el corazón: está cercano, está escondido y es luminoso! -dijo la anciana duende.
-¡Muy bien! ¡Ya lo tenemos!
-Hay que mirar en el corazón. Cada uno de nosotros buscará la respuesta dentro de sí mismo, mirando en la luz de su corazón -añadió Lula.
Dicho y hecho. Los duendes, la niña y el hada sentados en círculo, cerraron los ojos y se concentraron en la luz que sabían estaba dentro de su corazón.
Al poco, una pequeña luz fue apareciendo en cada uno de ellos, a la altura del pecho, justo en el lugar del corazón. Cuanto más se concentraban en la luz, más grande se hacía. Y así, fue aumentando hasta que se hizo enorme, envolviéndolos completamente. Entonces, la luz comenzó a proyectarse hacia el centro del círculo. De cada duende salía un rayo luminoso que se dirigía a un punto común y allí formaba una bola dorada de gran intensidad. Todos estaban asombrados pero no perdían la concentración porque entonces la bola se volvía opaca.
Al cabo de un rato, la esfera de luz se fue despejando, como si fuera una nube que se disipa. Y, allí, en medio de todos, dentro de la bola luminosa, apareció la imagen de los pequeños duendes, jugando en el prado, como lo hacían aquella tarde en que desaparecieron. De pronto unas aves negras enormes, los cogieron y se los llevaron volando. Fue tan rápido que nadie lo pudo ver.
Los duendes se preocuparon mucho. La bola dorada se puso opaca y dejó de brillar. Los rayos que salían del corazón de los duendes desaparecieron y todo quedó oscuro y en silencio.
Nadie se atrevía a hablar. Al fin la duende mayor dijo:
-Ya sabemos quien tiene a nuestros hijos. Ahora estamos cansados, mañana volveremos a intentarlo.
Lula y Hada Reflejo,también estaban muy cansadas y se retiraron a dormir.
Al día siguiente, los duendes hicieron de nuevo el círculo dorado y miraron muy atentos. La nube se disipó de nuevo y aparecieron los pequeños duendes en un lugar seguro. Estaban tranquilos y jugaban entre sí. Eran vigilados por las aves que los rodeaban y no dejaban que ninguno se escapara.
-Al menos están bien -dijo uno.
-Y están todos -dijo otro- los he contado.
-¿Qué lugar es este?
-¿Qué hacemos ahora?
-¡Yo conozco ese lugar! -dijo Lula- sé dónde se encuentra. He ido allí con mi padre a buscar setas.





Estaba a varias horas de camino y cerca de allí, en las paredes de la montaña, había una profunda cueva.
-Nuestros hijos están bien -dijo la duende mayor. -¡Es un alivio!
-Mañana, temprano nos pondremos en marcha y tú nos guiarás a ese lugar -dijo dirigiéndose a Lula.
-Muy bien. Yo os llevaré y Hada Reflejo nos acompañará.
Y así lo hicieron. Muy temprano, antes de que saliera el Sol, los duendes partieron hacia las montañas, guiados por la niña y el hada.
Llevaban unas mochilas con algo de comida por si el viaje se alargaba. El agua la tomarían del río, pues el camino transcurría junto a él.
Lula había contado a sus padres toda la historia de los duendes y pedía consejo sobre el camino. Su padre pensando que era un juego de su imaginación, le dio permiso y le explicó muy bien el trayecto. Luego, siguió muy ocupado en su trabajo, sin prestar demasiada atención. Su mamá iba con prisas y no pudo pararse a escucharla.
-Sí, cariño, juega con los duendes, luego me lo explicas -dijo antes de salir.
De este modo, partieron río arriba, hacia lugares más altos en busca de aquella cueva. El grupo estaba formado por quince duendes, Lula y Hada Reflejo. El sendero transcurría por la margen izquierda del gran río de aguas turbulentas. Poco a poco se fueron adentrando en las montañas y el curso se fue estrechando. La corriente era rápida y caía en cascadas conforme el paisaje se volvía más angosto. Lula iba muy atenta para no perder ninguna señal que le desviara de la ruta.
Al cabo de varias horas, el cielo se fue oscureciendo y comenzó a llover. La comitiva se cubrió con prendas de abrigo y aligeró el paso. Pronto llegaron a una aldea donde pudieron cobijarse bajo el techado de un viejo lavadero, junto a un manantial de agua. No vieron a nadie. Estaban cansados y cabizbajos. La ascensión había sido dura y la lluvia caía ahora con más fuerza.
Hada Reflejo propuso:
-Este es un buen sitio para comer.
-Buena idea -dijo Iona, que así se llamaba la duende más mayor -pronto escampará, las nubes se mueven rápido.
Y dicho esto, un rayo de sol se dejó ver haciendo brillar el agua del manantial.
-¡Mira! -dijo un duende -¡ha salido el arcoiris!
-Pronto podremos seguir nuestro camino.
Los duendes se pusieron más alegres. Al poco, terminaron su comida, recogieron y partieron tras de la niña y el hada.
Recorrían ahora un carril ancho rodeado de bosques de pinos, hayedos y robles. Ya no llovía apenas y el viento les secaba la ropa. La temperatura era buena y se empezaban abrir unos claros en el cielo.
Al pasar por unos roquedos, percibieron una sensación extraña. Como de sentirse vigilados. Había un gran pájaro negro sobre una roca. Este los observaba con sus ojos profundos, muy atento. Los duendes no le prestaron atención. De pronto, el pájaro lanzó un grito estridente, se elevó en vuelo rasante sobre ellos y pasó muy cerca, perdiéndose tras la montaña. Todos se quedaron sobrecogidos pensando que se parecía a aquellas aves que se habían llevado a los niños.
Lula recordó los consejos de su papá:
“Cuando lleguéis al camino ancho, tras la aldea de la montaña, dejad el camino y cobijaros bajo los pinos. Hay un sendero paralelo muy bien resguardado por la maleza. En esta zona, hay aves poco amigables a las que no les gustan los intrusos. Mejor no molestarlas.”
Lula buscó el sendero y guió a la comitiva por este lugar más seguro y resguardado de la vista de las aves. Poco después, pasaron varias de ellas por el camino ancho que habían dejado. Parecía como si les estuvieran buscando.
Caminaban en silencio, sin hacer ruido. Tras varios vuelos rasantes, las aves se alejaron graznando.
-Creo que saben que venimos a buscar a los niños -dijo Iona comprendiendo que eran las mismas aves -es posible que nos lo pongan difícil.
-Ya estamos muy cerca del lugar -dijo Lula.
El sendero fue descendiendo ahora suavemente y tras una curva pronunciada, apareció una pared rocosa.





-¡Ya estamos! -dijo Lula.
Aquel era el lugar que buscaban. Conforme se acercaron más, pudieron comprobar que los niños duende no estaban allí.
Luego, se dirigieron a la cueva, pero tampoco estaban allí.
-¡Mirad! -dijo un duende. -¡Es el peluche de mi hija Sara!
-¡Han estado aquí! -dijo otro -hay un lazo rojo sobre este matorral.
-Está bien -dijo Iona – miremos más adentro.
Hada Reflejo prendió su varita mágica y todo quedó iluminando.
Dentro no había nada.
-Descansemos aquí. Luego pensaremos qué hacer -propuso la duende.
-Muy bien -dijo Hada Reflejo, que seguía iluminando la cueva. Todos se fueron acomodando con los ánimos muy bajos.
La tarde estaba gris y se oscurecía por momentos. Al poco, se desató una enorme tormenta. Los truenos eran muy fuertes. Ellos estaban a salvo de la lluvia y de los rayos aterradores.
Entonces vieron que se acercaban volando varias aves negras. El hada hizo desaparecer la luz rápidamente. Todos se apresuraron a resguardarse en lo profundo de la cueva. No había duda, los buscaban a ellos. Pasaron muy cerca, escudriñando cada rincón del bosque. Cuando parecía que se habían marchado, aparecieron de repente en la boca de la cueva, graznando con fuerza. Sus penetrantes ojos se fijaron en la oscuridad de la cavidad, queriendo ver dentro de ella. Estaban a punto de entrar cuando un rayo fulgurante, inmediatamente seguido de un trueno aterrador, las detuvo. Retrocedieron, elevaron el vuelo y se marcharon bajo la fuerte lluvia.





Continuará...

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