Cuento: Lula y Hada Reflejo-4


Lula y Hada Reflejo-4
Un cuento de Carmen Rosa





Todos dieron un respiro y esperaron un poco más hasta estar seguros. Ahora, debían tener mucho cuidado. Decidieron pasar allí la noche. Pondrían vigilancia por turnos. Comieron algo de sus mochilas y se quedaron un largo rato en silencio. Era conveniente no llamar la atención.
Iona, propuso repetir la experiencia del día anterior para saber algo más de los pequeños. Todos asintieron, se colocaron en círculo, en un lugar muy seguro del interior de la cueva y comenzaron a mirar la luz del corazón.
De nuevo, comenzó a brillar en cada uno de ellos, una luz que se fue agrandando poco a poco. Luego todos los rayos se unificaron en el centro y apareció, de nuevo, un sol radiante. Al poco, la esfera se fue despejando y mostró otra imagen: los pájaros negros cogían a los niños duende y los trasladaban a otro lugar.
Esta vez fue Iona, la duende más anciana del grupo, la que reconoció el nuevo escondite.
-Sé donde están. -dijo- Yo nací en esa zona y conozco las montañas. Yo os guiaré.
Lula dio un respiro, pues ella no sabía más allá de donde estaban ahora. Y ¡ya era lejos de casa! De pronto se acordó de sus papás. ¿Qué pensaría cuando no la vieran regresar esa noche? Se iban a preocupar mucho. ¿Cómo podría tranquilizarlos?
Hada Reflejo leyó en su rostro sus pensamientos y le habló con amor:
-No te preocupes por tus padres, Lula. Yo iré a decirles que estás bien. Ellos no me verán, les hablaré mientras duermen. Así, confiarán.
-Pero... ¡van a comenzar a buscarme! Y no deben descubrir a los duendes!
-Es cierto. Entonces... ¡ya lo tengo! Crearé una Lula repetida, idéntica a ti. Será tan parecida que no lo notarán. Luego, a tu regreso, en un plisplás, desaparecerá como una pompa de jabón.
-¿Puedes hacer eso? -dijo la niña.
-¡Sin problemas!
-Pues, corre, que no me echen de menos.
-¡Allá voy!
Y dicho esto, desapareció dejando un hilito de vapor blanco suspendido en el aire.
Cuando llegó a la casa de los papás de Lula, aún no estaban preocupados pero ya la estaban llamando. Entonces, el hada dijo unas palabras y con su varita mágica creó una Lula idéntica a la de verdad. “¡Fantástico!” se dijo. Y la dejó allí como si nada. Los papás no apreciaron la diferencia y se tranquilizaron. En este momento, el hada comprendió el significado de su nombre, tenía el poder de crear el reflejo de las personas. Y con una sonrisa de satisfacción, regresó a la cueva.


A la mañana siguiente se pusieron en camino hacia las altas montañas. En seguida, llegaron a un valle junto a un gran río. El sendero transcurría por la margen izquierda, entre una vegetación frondosa. De vez en cuando, se detenía el viento y todo quedaba en un silencio intrigante. Los pájaros callaban y en el aire suspendido se detenía el tiempo. De pronto, saltaba el fuerte viento moviendo con energía las ramas de los árboles.
La comitiva iba en silencio. Cuando el viento callaba, observaban a su alrededor, pues, sentían cierto olor extraño en el ambiente. Al volver el río, tras un recodo muy pronunciado, se intensificó el olor. De pronto unos gritos estridentes salieron de detrás de la arboleda formando un ruido espantoso. Un grupo de aves negras levantó el vuelo con una actitud impetuosa, pasando muy cerca de ellos en vuelo rasante. Los duendes se quedaron paralizados. Muy quietos y arrimados a los arbustos, los enormes pájaros negros pasaron de largo, río abajo, a gran velocidad. No los habían visto.
-¡Son las mismas aves que se llevaron a los niños! -dijo un duende -ya no hay duda.
Luego, todo quedó en calma. Retomando el aliento, la anciana duende dijo:
-¿Cómo es posible que estén aquí? Aún no hemos llegado al lugar que nos mostró la esfera de luz.
-Estamos en su territorio y dominan la zona, debemos andar con mucho cuidado... -añadió. -Seguiremos caminando bajo el taraje muy atentos a todo.
Durante toda la jornada caminaron sin descanso y sin novedad. Por la tarde, el agotamiento los detuvo junto a un manantial que vertía en el gran río. Recogieron frutas de algunos árboles, tubérculos y hojas comestibles. Pescaron varios peces en el río y organizaron una buena cena. Una vez reconfortados volvieron a reunirse en círculo para encender la luz del corazón y hallar nuevas respuestas.


Cuando la esfera comenzó a despejarse vieron que los niños estaban elaborando unas bolitas de harina y se las daban a comer a las aves.
-¡Les están alimentando! -dijo Lula -¿cómo es posible?
-Ellos saben hacer las bolitas de trigo. Los duendes aprendemos eso desde pequeños y nuestros hijos también lo han aprendido. -dijo Iona.
-Están hechas con harina de cereales -dijo un duende, que se llamaba Tudor -yo tengo aquí algunas, ¡pruébalas!
Lula las probó y estaban riquísimas.
-¿Por qué les están dando bolitas a las aves? -dijo.
-Es un misterio que hay que resolver. Sigamos mirando en la esfera -dijo Iona.
Concentraron de nuevo sus fuerzas y la luz alcanzó su brillo máximo. Todos se hacían la misma pregunta:
-¿Para qué le dan bolitas a las aves y en qué lugar se encuentran?
Apareció, entonces, en la esfera una imagen que les dejó perplejos: eran ellos mismos sentados en círculo, tal como estaban ahora. Unas letras doradas decían:
“Permaneced donde estáis. Avanzad solo con el pensamiento”


Todos se miraron con expresión interrogante.
-¿Qué significa eso? -dijo Lula.
-Que permanezcamos aquí, en este lugar y resolvamos el enigma con el pensamiento -dijo el hada. Y eso fue lo que hicieron.

-Podría ser que las aves se han quedado sin alimento y necesitan que se lo hagan...
-No lo creo.
-Podría ser que los niños les estén haciendo bolitas para que no se los coman a ellos?
-Es posible. Esa es una actitud muy inteligente.
-¡Qué listos!
-¿Y dónde estarán?
-Da igual. Permaneceremos aquí hasta que veamos clara la solución al enigma -dijo Iona.
Así, continuaron conversando largo rato. Tenían claro que debían saber cómo recuperar a los niños sanos y salvos.
-¿Qué hacemos? -dijo uno.
-¿Cómo vamos a luchar contra aves tan grandes? -dijo otro.
-Hay que pensar algo y rápido -añadió Tudor -cuando se queden sin comida se los zamparán a ellos.
-¡No digas eso! -dijeron varios a la vez.
Entonces, Lula, que estaba muy callada, dijo:
-Busquemos la respuesta en el silencio.
-¿El silencio...?
-Sí. Dejemos la mente calmada, sin pensamientos. Aquietad las emociones. No dejéis pasad nada que no sea para solucionar la cuestión.
-¡De acuerdo!
A todos les pareció una buena idea y así lo hicieron. Sentados en círculo se concentraron y se introdujeron en el silencio mental. Entonces, la luz que brotaba de cada uno de ellos, se fue intensificando más y más. Tanto que los duendes comenzaron a elevarse del suelo. Tal cual estaban, sentados, se fueron elevando poco a poco, hasta una altura de varios metros.
Ninguno se sorprendió. Todos estaban muy centrados en dejar la mente en silencio y no dejar pasar pensamientos tristes. La luz los sujetaba y flotaban en el aire con la sensación de no pesar nada. Comprendieron que habían adquirido el poder de elevarse cuando no tenían pensamientos destructivos.
¡Ya tenían la solución! Si ellos podían volar, sorprenderían a las aves desde el cielo. Esto facilitaría las cosas. Solo tenían que concentrarse en su poder de dejar la mente sin pensamientos.
Pasaron toda la noche entrenando y probando su nueva fuerza.
Al amanecer, los duendes, Lula y Hada Reflejo estaban preparados para emprender el vuelo. Cada uno de ellos elegiría un ave y se encargaría de reducirla. Atacarían justo con el primer rayo de sol.

Continuará...

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