Cae la tarde de invierno... Llueve... Y todo vuelve a empezar.




   La tarde de invierno, la lluvia persistente, el viento... me hablan de la Vida. Y también de la Muerte.
   El río de la vida. Ese río que somos al nacer. Que primero transcurre jovial e impetuoso. Que luego se remansa y asienta. Y que finalmente, se vierte por entero en la amplitud del océano.
   Me parece bellísima la metáfora que nos identifica con un río. No somos el propio río, sino el agua que transcurre, el agua del río. Al tomar consciencia de que somos “agua”, me siento liberada. Pienso que antes, he sido vapor de agua. Y después, seré agua del Océano. Desde esta visión, pienso en la vida y en la muerte con alivio. Ahora, la vida resulta un simple tránsito hacia el Océano. A través de un cauce que nos "encorseta", pero con la convicción de que un día, seré liberada en el gran océano de la Vida. Y de la muerte, porque, un nuevo ciclo nos llevará a retornar a un nuevo cauce de un río.
   Esta tarde de invierno, entre el sonido del agua en mis cristales y el brillo de los tejados mojados, puedo sentir una emoción de libertar. Sí, soy un simple, puro e inocente río que transita. No hay juicios, no hay críticas, no hay miedos. El agua en los cristales me habla de mí misma. Soy agua. Soy vida. Soy muerte. Y todo tiene sentido. Todo vuelve a empezar.


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